¿Sabes? He de confesarte algo. Te inventé un nombre y te quise.
Que un día antes de escucharte ya bombardeabas mi corazón. Que dejé de no
prestar atención a los detalles el día que te conocí. Que no necesitaba tu nombre. Que sabía que eras tú y no
necesitaba nada más.
Pensarte es, algunas veces, lo único que me queda de ti, y otras, estas
ganas imposibles de olvidarte. Cuando no se puede querer, ¿qué se supone que
debo sentir?
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