martes, 24 de julio de 2012

Una mañana

Era una mañana de verano, faltaban minutos para que comenzara la reunión, y por el fondo de la calle divisé a dos hombres. Uno alto, el otro más bajo. Uno llevaba un gorro, el otro nada. 
A uno de los dos lo conocía, desde hace algún que otro año, al segundo lo iba a conocer esa misma mañana. 

Era un chico, de veinti pocos años, como yo. Pelo clarito, sonrisa bonita y ojos morenos que trasmitían una tranquilidad inimaginable. Le saludé, le di dos besos y entramos a la reunión. 
Eran las 9 de la mañana, había sueño, pero las ganas de preparar todo ganaban al sueño, al hambre o al cansancio.

No se porque, pero desde el primer momento en el que le vi sentí como si algo en mi interior había cambiado, me decía no te alejes de él. Me transmitía mucha tranquilidad, pasión en lo que hacía, y sobretodo buen rollo. 

Y no me equivoqué. Pasé junto a él ocho días inmejorables, insuperables, lo conocí un poquito más, me conoció un poco más y me conocí yo un poco más también. Supe donde estaban mis límites, pero hacía él, estos límites desaparecían, la timidez que tenía hacia los demás con él desaparecía. Era como si nos conocieramos de toda la vida, pero había algo entre los dos. Ahora lo podríamos llamar que había una tensión sexual no resuelta. 

Tras esa semana seguimos quedando, y esa tensión, a mi parecer, fue en aumento. Pero no paso de ahí. De una amistad forjada en un viaje, en un tremendo viaje, del cual tardaremos en olvidar. 

Yo me sigo acordando mucho de ese viaje y de él, es una persona a la que nunca olvidaré, aunque vayamos por caminos diferentes siempre tendré algo que contarle. 

Porque siempre serás tú, porque siempre seremos nosotros. Nuestra amistad por encima de todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario